Eduard Marcet – Ser y música: escucharse para tocar diferente
En verano, cuando todo parece ir un poco más lento, puede abrirse un espacio precioso para escuchar de otro modo. No solo la música, sino también el cuerpo, el sonido interior, la intención con la que tocamos.
Por eso, este mes hablamos con Eduard Marcet, violinista, pedagogo y creador del proyecto Ser y Música. Su enfoque une la técnica instrumental con la conciencia corporal, a través de la Técnica Alexander, y con el desarrollo del talento desde edades tempranas gracias al Método Suzuki. Así genera un espacio de aprendizaje donde cuerpo, mente y emoción se encuentran.
En esta conversación, Eduard nos invita a explorar nuevas maneras de estar con el instrumento. A probar, en verano, una forma más libre, sensible y creativa de tocar. Una lectura para inspirarte a seguir tocando… pero desde otro lugar.
Eduard, ¿cómo empezó tu vínculo con el violín y qué te llevó a dedicarte también a la enseñanza?
Mi vínculo con el violín empezó a los tres años. Se ve que pedí uno por Reyes y me lo trajeron. Los primeros años lo utilizaba como un juguete, y hacia los cinco empecé a dar clases. Siempre ha formado parte de mi vida, y recuerdo que, durante la adolescencia, el vínculo con el instrumento y con la música se reforzó al poder compartirlo con amigos en el conservatorio y en las orquestas jóvenes.
Desde que estaba en el Superior empecé a dar clases a niños, aunque sin demasiado conocimiento. No es lo mismo saber tocar que saber enseñar, y por eso me fui formando con la Técnica Alexander y el Método Suzuki, para tener más herramientas con las que acompañar a los alumnos y a sus familias.
En tu trabajo confluyen pedagogía, técnica corporal y expresión artística. ¿Qué significa para ti “escuchar” cuando tocas o enseñas?
“Escuchar” es la base de hacer música. Es una cualidad que necesitamos desarrollar como seres humanos. Aprender a tocar un instrumento desde pequeños refuerza y educa esta capacidad: desde poder tocar un ritmo juntos, más adelante cantar a coro o en diferentes voces, hasta percibir si una nota está un poco desafinada.
El Dalai Lama dice que tenemos dos orejas para escuchar y solo una boca para hablar. Aprender a escucharnos más puede cambiar nuestra sociedad, y este es uno de los grandes valores de la educación musical.

¿En qué consiste la Técnica Alexander y cómo la integras en tu día a día como violinista?
Para mí, la Técnica Alexander ha sido un camino fundamental, tanto a nivel musical como personal. Cuando estudiaba en el Superior me desarrollaba técnicamente con el instrumento, pero personalmente no estaba en equilibrio. Esto se traducía en malestares físicos y mentales que influían en mi estado y en el lugar desde el que hacía música.
La Técnica Alexander me dio la oportunidad de “parar”, de escucharme y de aprender a soltar hábitos y patrones inconscientes. Esto produjo cambios a nivel personal que, inevitablemente, también se reflejaron en lo musical.
¿Cuáles son los beneficios más inmediatos que ves en tus alumnos cuando trabajan desde esta conciencia corporal? ¿Y qué resistencias o sorpresas encuentran?
Las reacciones son muy variadas, pero a menudo un alumno sale de una clase dándose cuenta de que puede hacer una actividad como tocar el violín con mucho menos esfuerzo del que estaba empleando. Para lograrlo, hay que reorganizar el funcionamiento del tronco para que sostenga a las extremidades y a la respiración. Trabajamos primero con el cuerpo sin el instrumento, porque al añadirlo suelen activarse patrones de tensión inconscientes.
En una clase de Técnica Alexander, preparamos el cuerpo para que pueda entrar en contacto con el instrumento desde un lugar más equilibrado. A veces es difícil soltar hábitos antiguos, pero en clase se genera un ambiente de no juicio y de actitud positiva que permite a cada alumno avanzar a su ritmo. Con el tiempo, desaparecen dolores físicos y se desarrolla una actitud psicofísica muy favorable para el estudio y la interpretación.
¿Crees que los músicos, en general, prestan suficiente atención a la relación cuerpo-instrumento? ¿Qué pasa cuando dejamos de forzar y empezamos a confiar más en el cuerpo al tocar?
Creo que cada vez hay más conciencia sobre la importancia de cuidarnos, entendiéndonos como una unidad, cuerpo y mente. Cada cual va encontrando sus propias herramientas. Desde mi experiencia, “no forzar” es la mejor manera de disfrutar de nuestro trabajo.
No es solo una cuestión corporal, sino también de actitud general. A veces nos forzamos con horarios ajustados, demasiadas horas de estudio o haciendo cosas que no queremos hacer. Cuando aprendemos a detenernos, escucharnos y dirigir nuestra energía, podemos crear situaciones mucho más favorables para nuestro bienestar.
El verano suele invitarnos a soltar rutinas. ¿Cómo podemos aprovecharlo para tocar desde un lugar más libre, creativo y placentero?
Creo que el verano es un momento ideal para hacerlo. En el caso de los niños y jóvenes, puede ser una oportunidad para compartir lo que han aprendido durante el curso. Participar en colonias, cursos de verano u orquestas juveniles son experiencias que pueden dejarlos muy motivados.
Para los músicos profesionales, puede ser interesante tomarse unos días de descanso, o bien aprovecharlos para salir de la zona de confort y aprender algo nuevo, como tocar otro estilo. A veces empezar una nueva habilidad nos ayuda a entender mejor cómo aprendemos y nos reconecta con la curiosidad del alumno.
Si alguien quiere aprovechar estos meses para probar una nueva manera de tocar, ¿por dónde le recomendarías empezar? ¿Qué tipo de exploraciones sugieres para “reencontrarse” con el instrumento desde un nuevo lugar?
Para reencontrarse con el instrumento, primero hay que reencontrarse con uno mismo. Aprender a “parar”, pero de una manera activa, me parece esencial. No me refiero a estar inactivo, tumbado en el sofá, sino a ampliar la atención y estar presente. Por ejemplo: ¿puedes leer este texto y a la vez ser consciente del espacio que te rodea? ¿Puedes escuchar los sonidos a tu alrededor? ¿Tienes tensión en el cuello o en los hombros?
Cuando nos detenemos, podemos recibir más información del entorno y nos volvemos más sensibles. Un buen ejercicio es tomarse unos minutos antes de coger el instrumento para conectar con el espacio y con uno mismo. Aunque a menudo funcionamos en piloto automático buscando resultados, es cuando nos damos tiempo y espacio que realmente pueden emerger la inspiración y la comunicación.

Enseñas desde la experiencia interior del cuerpo y la emoción, pero también desde el Método Suzuki. ¿Cómo se encuentran estos dos mundos en tus clases?
El Método Suzuki me ha ayudado a entender cómo trabajar con los niños y con sus familias. La idea principal es que, si todos los niños pueden aprender su lengua materna, también pueden aprender música. El talento se desarrolla a través de la imitación, el juego y el ambiente familiar. Las clases suelen empezar a partir de los tres años, como cuando los niños comienzan a hablar.
La Técnica Alexander se introduce más adelante, cuando ya hay cierta madurez para comprender algunos conceptos y los alumnos tienen capacidad de razonar. Aun así, intento aplicar sus principios desde el inicio, de forma indirecta: con el ejemplo, trabajando con los padres, haciendo juegos de equilibrio, dejando espacios de pausa y de no-juicio, o dando indicaciones suaves con las manos para acompañar todo el cuerpo.
¿Qué papel juega la sensibilidad —más allá de la técnica— en el proceso de aprendizaje musical? ¿Qué crees que necesita hoy un músico joven para desarrollarse plenamente y no solo técnicamente?
El aprendizaje de un instrumento es un proceso de desarrollo personal. Es normal encontrar dificultades que hay que ir superando y que nos hacen crecer. En el caso de los alumnos del Método Suzuki, este crecimiento es también familiar y comunitario.
Hoy en día, la inteligencia artificial puede hacer muchas tareas, incluso componer música. Pero no puede poner alma. Lo que realmente debemos cultivar como sociedad es el crecimiento del “alma”, aquello que somos. Y el aprendizaje musical es, en el fondo, una herramienta para desarrollarnos como personas y conectar con nuestra esencia.
Finalmente, ¿qué te inspira últimamente en tu práctica, tanto como músico como como profesor?
Siento que la inspiración viene a visitarme de vez en cuando; el resto del tiempo, trabajo. La meditación y la Técnica Alexander me ayudan a mantenerme centrado. Me doy cuenta de que cuanto más tiempo dedico a escucharme y a cuidar mi actitud psicofísica, más fácilmente aparecen momentos de inspiración. Y estos momentos pueden ser muy mágicos cuando se comparten con alumnos, público u otros músicos.
También me nutren actividades fuera de la música: ver teatro, hacer cursos de danza o desarrollo personal, nadar, pasar tiempo con amigos… Todo esto alimenta mi inspiración.
Tocar desde otro lugar
Después de hablar con Eduard, queda claro que hacer música no es solo cuestión de técnica, sino de presencia. Que a veces, los grandes cambios no vienen de tocar más, sino de tocar diferente. Y el verano puede ser el mejor momento para descubrir nuevas maneras de estar con el instrumento, más conectadas con el cuerpo, la emoción y el placer de tocar.
Una invitación a escucharte, sentirte y, desde ahí, ¡dejar que tu música se exprese a través de ti!
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